jueves, 2 de julio de 2015

Cocina de verano: la ley del mínimo esfuerzo


Cuando el calor entra por la puerta, las ganas de cocinar saltan por la ventana. Al menos, en mi caso. Pero como hay que seguir comiendo y si es posible bien, la idea es hacerlo trabajando lo menos posible. ¿Una quimera? No tiene por qué. Nos tocará seguir metiéndonos en la cocina, pero si lo planificamos con inteligencia, la engorrosa tarea de pensar qué hacemos, comprarlo, cocinarlo y comerlo puede ser bastante más llevadera en estos meses de temperaturas altas y energías bajas.

Porque una cosa es estar de vacaciones y otra seguir con nuestra rutina laboral del resto del año durante el verano. El tiempo de descanso pide salidas, tapas, paellas, barbacoas... Pensar en comer no cuesta, es parte de la diversión. Muy distinto es tener que mantener la obligación de preparar de comer cuando el calor nos aplatana y la idea de ponernos a guisar ya nos quita el (poco) hambre que tenemos.

Pero no queda otra. Mientras llegan los días de chiringuito y barbacoa en el huerto del tío del pueblo, toca seguir pensando, comprando y preparando la comida. Sí, suena horrible. No, no tiene por qué serlo (tanto).

Planificación:

Siéntate cómodamente y abre tu mente. No tienes nada de hambre, y menos aún ganas de meterte en la cocina, pero no importa. O sí: el calor te da hambre, mucha hambre, ganas de comer patatas fritas y helados nonstop. Párate y piensa, antes de bajar al chino a comprar una bolsa gigante de Gusanitos Risi y una CocaCola de 2 litros. No a corto plazo: si lo haces, tus comidas terminarán siendo una oda al gazpacho y un soneto al melón y la sandía. Y sí, está rico, y es sano, pero no puedes vivir hasta octubre a base de productos de Alvalle y Villaconejos. O no deberías. Mira un poco más allá. A medio plazo. A una semana, aproximadamente. Siete días en los que tendrás que comer dos veces al día, y aunque algunas de esas comidas las hagas fuera y otras puedan limitarse a un poco de pan con embutido y una fruta, aún te quedarán muchos mediodías y noches de los que ocuparte. Anticípate a tu desgana, a esas jornadas intensivas en las que comes demasiado tarde, a esas mañanas de piscina o playa en las que lo último que apetece es ponerse a guisar, a esas siestas largas de las que despiertas en estado catatónico y sin ánimo ni fuerzas para meterte en la cocina a hacer la cena. Piensa y escríbelo. Todo es más fácil cuando lo tienes delante de los ojos y no sólo dentro de la cabeza, en un cuadro con columas y cuadrados en los que has escrito a lápiz lo que vas a comer. Ojito que digo "a lápiz". Para poder borrar. Porque, "¿y si un día me apetece mucho algo y lo que hay en el cuadro no?", te preguntarás. No pasa nada. Se cambia. Bajas a la tienda, compras lo que necesites para ese antojo, y mueves ese otro plato a otro día. O a la semana que viene, y ya tienes parte del trabajo hecho. Lo mejor de los planes es poder romperlos, siempre lo he dicho. Ese planning sólo es una pauta para facilitarte las cosas, no para coartar tu libertad de elegir lo que quieres comer. Si encuentras en el mercado un bonito impresionantemente bueno y te apetece, ni se te ocurra dejarlo pasar sólo porque tienes un menú preestablecido. Cómpralo, cocínalo y disfrutalo a tope, que estamos en temporada.

Simplicidad, simplicidad y simplicidad:

Dejemos los experimentos para el invierno. El horno, también. Ahora toca apostar por lo sencillo, lo rápido y, por qué no, lo barato. La comida de toda la vida, sencillota y fácil de hacer. Esa que harías con los ojos cerrados, esos platos que no tienes apuntados en tu cuaderno de recetas, porque no hace falta. Sí, justamente. Comida de madre, comida de ir de excursión, comida de tupper para llevar a la piscina o a la playa. Es el momento. Los productos están ahí justamente ahora. Come de temporada, en todos los sentidos. Haz pisto, mucho, y congela: te ocupará un día, pero te solucionará la papeleta varias veces sin más esfuerzo que acordarte de sacarlo del congelador la noche antes y calentarlo cuando toque comerlo. Los filetes de pollo empanados están más ricos fríos, hazlos el día antes. La ensalada campera es un clásico, fácil y que además cunde mucho: a poco que eches de cada ingrediente sale un barreño. El pescado azul está de temporada, y mantiene un precio más que razonable. Si encima vas de vacaciones a zona costera, es un pecado que no aproveches para consumirlo como si no hubiera mañana. Sólo abre los ojos. Y haz de la compra y la comida parte de tu ocio vacacional. Merece la pena.
Si aún así el cuerpo te pide comida caliente y te lanzas a la aventura de encender el horno o darle caña a la vitrocerámica, optimiza el esfuerzo y congela. Haz para dos, tres veces. Agradecerás infinito ese momento de sacar el tuper del congelador la noche antes, meterlo en el frigorífico y saber que al día siguiente sólo tendrás que calentarlo. Bombardea a preguntas a tu madre, ella lleva muchos más veranos que tú capeando el temporal y sabrá darte ideas. O deja que tu imaginación y tu creatividad hagan su trabajo, que si no se oxidan... Partiendo de unas cuantas preparaciones de base, puedes conseguir comer de maravilla durante la agobiante y lánguida época estival. Aquí van algunas:

Ensaladas. Mil. El infinito a tus pies. A poca imaginación que le eches y combinando con unos cuantos aliños, es imposible cansarse de comer ensaladas. Y si no eres capaz de ir más allá de la César y la mixta de toda la vida, teclea "ensaladas" en Google. Necesitarías varias vidas para probar todas las que, seguro, te van a llamar la atención. Prueba con un clásico, la César. O innova un poquito: ¿has probado alguna vez las endivias en ensalada? Con salmón ahumado, manzana y queso comté son cosa fina...



Pizzas. Cocas. Quiches. Paninis. Sí, vale, hay que encender el horno. Pero ¿y lo rico que es el resultado? Además, las quiches se pueden comer frías... La Quiche Lorraine con puerros es un clásico. Pero la de ajetes, jamón york, tomates cherry y queso de cabra no se queda atrás...

Pasta. Fría, en ensalada. Atrévete a mezclar, podrías sorprenderte de los resultados. O caliente, aprovechando que en el mercado hay muchas salsas ricas. El colmo de la ley del mínimo esfuerzo.

Y los reyes de la fiesta en verano y en invierno. Portátiles y rápidos de hacer. Los bocadillos. Pan y cosas. Cosas que si son sanas, no tienen por qué ser comida mala, sólo porque sea rápida y sin tenedor y cuchillo. Mete cosas ricas entre el pan y tendrás bocadillos deliciosos. Así de fácil. Últimamente, no me canso de prepararme una y otra vez el de atún, cebolleta, mayonesa y aguacate. Bocadillazo.

Tostas. Idem. Además, ensaladas y tostas combinan bien. Un binomio que nunca defrauda. Verduras y proteinas en perfecta armonía. Perfectas para cenar. El clásico de pan con tomate y jamón nunca defrauda. Como tampoco la de bonito con pimientos rojos asados...


Si aún así te desespera el tema de la comida en verano, piensa que, como todo, también terminará. Y llegará el tiempo de la vuelta a las ventanas cerradas, la mantita en el sofá, el horno encendido con un bizcocho dentro y los guisos de cuchara.

¡Felices vacaciones!

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